Ya todos sabemos que "toda forma de poder debe ser cuestionada". Y con eso, qué hacemos?

viernes, 29 de enero de 2010

Haití (I)

Primera parte del capítulo 8 de "La conquista continúa" (1992) de Noam Chomsky.

La tragedia de Haití.

1- “La primera nación libre de hombres libres”

“Haití fue más que la segunda república que surgió en el Nuevo Mundo”, observó Ira Lowenthal, especialista en antropología, “más incluso que la primera república negra del mundo moderno. Haití fue la primera nación libre de hombres libres que surgió del interior de, y como resistencia ante, la constelación emergente del imperio de Europa Occidental”. La interacción de las dos repúblicas más antiguas del Nuevo Mundo a lo largo de 200 años ilustra una vez más la persistencia de ciertos temas básicos de las políticas, sus raíces institucionales y sus concomitantes culturales.

La República de Haití se estableció el 1 de enero de 1804, después de que un levantamiento de los esclavos tuviera como resultado la expulsión de los gobernantes franceses coloniales y de sus aliados. Los dirigentes revolucionarios descartaron el nombre francés “Saint Domingue” a favor del nombre utilizado por las gentes que recibieron a Colón en 1492, cuando éste llegó a establecer su primer asentamiento europeo en el Nuevo Mundo de Europa. Los descendientes de los habitantes originales no pudieron celebrar la liberación. Al cabo de unos 50 años, una población precolombina que se cifraba, según las fuentes, entre centenares de miles y ocho millones quedó reducida a un par de centenares de individuos; no quedaba ni uno de sus miembros, según los eruditos franceses contemporáneos, cuando Francia tomó a España el tercio occidental de la Isla Española, ahora Haití, en 1967. El jefe del levantamiento, Toussaint Louverture, tampoco pudo celebrar la victoria. Fue capturado por medio de un engaño y enviado a una cárcel de un historiador del siglo XIX. El antropólogo médico Paul Farmer comenta que los niños de escuela haitianos se saben de memoria sus últimas palabra, pronunciadas por Louverture cuando lo llevaban a prisión: “Al derrocarme, en Saint-Domingue no habéis sino talado el árbol de la libertad. Volverá a surgir de sus raíces, que son numerosas y profundas”.

El árbol de la libertad se abrió camino a través de la tierra una ve más en 1985, cuando la población se levantó contra la dictadura asesina de Duvalier. Tras muchas luchas amargas, la revolución popular culminó con la abrumadora victoria del primer presidente libremente elegido en Haití, el sacerdote populista Jean-Bertrand Aristide. Siente meses después de la ceremonia de su inauguración en febrero de 190, fue despojado del cargo por la elite militar y comercial que había gobernado a lo largo de 200 años, y no toleraba la pérdida de sus derechos tradicionales al terror y a la explotación.

“Tan pronto como el último Duvalier hubo huido de Haití”, narra el etnohistoriador puertorriqueño Jalil Sued-Badillo, “una muchedumbre airada derribó la estatua de Cristóbal Colón de Portau-Prince y la arrojó al mar”, protestando contra “el azote del colonialismo” bajo “una larga serie de déspotas”, de Colón a Duvalier, e incluyendo a los dirigentes de la actualidad, que han reinstaurado el salvajismo de los Duvalier. Se dieron escenas similares en la vecina República Dominicana, sometida a un régimen de terror impuesto por EE.UU. tras otra invasión de los marines en 1965, y víctima del Fundamentalismo del FMI a partir de principios de 1980. En febrero de 1992, el presidente Balaguer “dio ienda suelta a sus fuerzas de seguridad para que golpearan a los manifestantes, que protestaban ante los gastos exorbitantes para celebrar el quinto centenario mientras que el dominicano medio se muere de hambre”, informó el Consejo sobre Asuntos Hemisféricos. El centro de estos fastos es una cruz yacente con un coste multimillonario en dólares, de 30 metros de altura y 800 metros de largo, equipada con potentes focos, que “se alza sobre un barrio de chabolas infestadas de ratas donde unos niños desnutridos y analfabetos vadean el agua fétida que corre por las calles durante las tormentas tropicales”, según los servicios informativos. Se eliminaron los barrios de chabolas para abrir paso a amplios jardines con varios niveles, y un muro de piedra ocultará “la pobreza desesperada que pronto iluminarán sus rayos”. Los gastos tremendos “coinciden con una de las peores crisis económicas desde la década de 1930”, dijo el antiguo presidente del Banco Central. Tras diez años de ajuste estructural, los cuidados sanitarios y la educación han disminuido de forma radical, se imponen unos cortes eléctricos de hasta 24 horas de duración con el fin de racionar la energía, el desempleo supera el 25% y la pobreza reina por doquier. “Los peces grandes se comen a los chicos”, dice una anciana de barrio de chabolas vecino.

Colón describió a las gentes que encontró como “amables, pacíficas, tranquilas, decorosas”, y a su país como una tierra rica y generosa. La Isla Española era “quizás el lugar más densamente poblado del mundo”, escribió el padre Las Casa; un pueblo como una colmena, gentes que de toda la humanidad eran las más cándidas, las más desprovistas de maldad y duplicidad. Impulsados por su codicia y su ambición insaciables, sigue diciendo el padre Las Casas, los españoles cayeron sobre ellos como bestias salvajes depredadoras, matando, aterrorizando, afligiendo, torturando y destruyendo a los pueblos nativos con los métodos más extraños y variados de crueldad, nunca vistos ni oídos; hasta tal punto que la población en 1552, según los escritos del padre Las Casas, escasamente llegaba a las 200 personas, información que se basa en su propio conocimiento de las acciones que presenció. Era la crueldad normal general entre los españoles, sigue diciendo el dominico: no sólo eran crueles, sino extraordinariamente crueles, de manera que el trato duro y amargo impedía que los indios se considerasen a sí mismos como seres humanos. Al ver cómo perecían día tras día de resultas del trato cruel e inhumano que recibían de los españoles –eran aplastados por sus caballos, descuartizados por sus espadas, devorados y destrozados por sus perros, muchos de ellos enterrados en vida y sometidos a todo tipo de torturas- , decidieron abandonarse a su triste destino sin más luchas, dice el padre Las Casas, poniéndose en manos de sus enemigos para que hicieran con ellos su voluntad.

A medida que las ruedas de la propaganda siguieron girando, se corrigió la imagen para justificar retrospectivamente lo que se había hecho. Alrededor de 1776, se contaba que Colón nada había encontrado “sino un país boscoso, sin cultivar, habitado sólo por algunas tribus de salvajes desnudos y miserables” (Adam Smith). Como se ha dicho antes, la verdad no empezó a hacerse conocer hasta la década de 1960, y no produjo más que desprecio y protestas entre los fieles adeptos.

El esfuerzo español por despojar a la isla de sus riquezas por medio de la esclavitud de sus gentes amables no logró el éxito; éstos morían demasiado aprisa, si es que no los mataban las “bestias salvajes” o cometían suicidio en masa. Los esclavos africanos empezaron a llegar a partis de principios del siglo XVI, y a fluir más tarde a medida que se fue estableciendo la economía de plantaciones. “Saint Domingue era la posesión colonial más rica de las Américas”, escribe Hans Schmidt; producía en 1789 las tres cuartas partes del azúcar de todo el mundo; también era la primera entre los productores mundiales de café, algodón, índigo y ron. Los dueños de las plantaciones proporcionaron a Francia enormes riquezasgracias al trabajo de sus 450.000 esclavos, algo muy6 similar a lo que sucedía en las Indias Occidentales británicas. La población blanca, entre la cual se cifraban capataces y artesanos pobres, alcanzaba el número de 40.000. Unos 30.000 mulatos y negros libres disfrutaban de privilegios económicos, pero no de igualdad social y política, orígenes de la diferencia de clases que llevó a una rigurosa represión tras la independencia, con violencia renovada hoy en día.

Puede que los cubanos parecieran ser gentes “de dudosa blancura”, pero los rebeldes que derrocaron el régimen colonial ni tan siquiera se aproximaban a esa situación. El levantamiento de los esclavos, que alcanzó proporciones graves a finales de 1791, horrorizó a Europa, como también al puesto de avanzada europeo que acababa de declarar su propia independencia. La invasión británica se produjo en 1793; la victoria ofrecería un “monopolio sobre el azúcar, el índigo, el algodón y el café” de una isla que “durante siglos, proporcionaría a la industria una ayuda y una fuerza que producirían efectos felicísimos en todas partes del imperio”, escribió un oficial militar británico al primer ministro Pitt. Estados Unidos, que mantenía activas relaciones comerciales con la colonia francesa, envió a sus dirigentes franceses $750.000 en ayuda militar, así como algunas tropas para ayudar a sofocar el levantamiento. Francia envió un ejército enorme, que incluía tropas polacas, holandesas, alemanas y suizas. Su comandante terminó escribiendo a Napoleón que sería necesaria la práctica erradicación de la población negra en su totalidad, para poder imponer el dominio francés. Su campaña fracasó, y Haití se convirtió en el único caso en la historia en el que “un pueblo esclavizado rompe sus propias cadenas y utiliza la fuerza militar para rechazar a una poderosa potencia colonial” (Farmer).

La rebelión tuvo amplias consecuencias. Estableció el dominio británico en el Caribe e impulsó a sus antiguas colonias, haciéndolas avanzar considerablemente hacia Occidente a medida que Napoleón abandonando sus esperanzas en cuanto a un imperio en el Nuevo Mundo, vendió el territorio de Luisiana a Estados Unidos. El costo de la victoria rebelde fue enorme. Gran parte de la riqueza agrícola del país quedó destruída, junto con quizás un tercio de la población. La victoria horrorizó a los vecinos de Haití, también propietarios de esclavos, quienes respaldaron las reivindicaciones francesas de enormes compensaciones, que la elite gobernante de Haití terminó aceptando en 1825, reconociendo que constituían una condición previa de entrada en el mercado mundial. El resultado no fue sino “decenios de dominación francesa sobre las finanzas haitianas”, con un “efecto catastrófico sobre la delicada economía de la nueva nación”, comenta Farmer. Francia entonces reconoció a Haití, como también lo hizo Gran Bretaña en 1833, Simón Bolívar, cuya lucha contra el dominio español recibió la ayuda de la República de Haití con la condición de que liberara a los esclavos, se negó a establecer relaciones diplomáticas con Haití tras asumir la presidencia de la Gran Colombia, argumentando que Haití estaba “fomentando el conflicto racial” –negativa- “típica de la acogida que dio a Haití un mundo monolíticamente racista”, observa Farmer. Las elites haitianas siguieron temiendo a la conquista y la reinstauración de la esclavitud, temor que contribuyó a sus costosas y destructivas invasiones de la República Dominicana en la década de 1850.

EE.UU. fue la última gran potencia en insistir en el ostracismo de Haití, país al que sólo reconoció en 1862. En plena Guerra de Secesión norteamericana, la liberación de los esclavos por parte de Haití ya no constituía un obstáculo para el reconocimiento; por el contrario, el presidente Lincoln y otros vieron a Haití como un lugar que podría absorber a las personas de raza negra inducidas a abandonar Estados Unidos (se reconoció a Liberia aquel mismo año, y en parte por los mismos motivos). Los puertos haitianos se utilizaban para las operaciones unionistas contra los rebeldes. La función estratégica de Haití para el control del Caribe se hizo cada vez más importante en la planificación de EE.UU. en años posteriores, a medida que Haití se convirtió en el juguete de las potencias imperiales en competencia. Mientras tanto, su elite gobernante monopolizaba el comercio, mientras que los productores campesinos del interior del país permanecían aislados del mundo exterior.

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